CALESITAS

 

 

Arcón de Buenos Aires

 

 

 

 

LA PRIMERA CALESITA

 

La primera que llegó a Buenos Aires fue en 1860 y estaba impulsada por un caballo. Hacia 1930 llegó el motor naftero y con el tiempo los demás avances técnicos, que lograron convertirlas en una de las diversiones preferidas de la niñez.
Las calesitas tienen caballos, autitos, avioncitos, trencitos, tasas —especie de mini calesitas con sillitas—, lanchas, perritos. Algunos caballos son réplicas de las pinturas de Florencio Molina Campos. La mayoría de los barrios porteños tuvieron y tienen aún su calesita. La denominación “calesita” es Argentina. Deriva de la expresión “vamos a jugar a las calesas”. De ahí, al “calesero” y al “calesitero”, hasta llegar a la “calesita”.  A saber ... en la calesita los caballos de madera permanecen quietos mientras que en los carruseles suben y bajan. Esta es la principal diferencia aunque se nombren indistintamente.
No todas las calesitas del mundo giran para el mismo lado. En Argentina, van en sentido antihorario.

 

   

 

 

 

 

Las Calesitas de Buenos Aires son consideradas patrimonio cultural. La primera calesita argentina se instaló entre 1867 y 1870 en el antiguo barrio del Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el Palacio de Tribunales, donde se encuentra actualmente la Plaza Lavalle. La misma había sido fabricada en Alemania, ya que hasta 1891 no se fabricaría una en el país. Esta primer calesita argentina fue construida por Cirilo Bourrel, Francisco Meric y un financista español apellidado De la Huerta, y fue instalada en la entonces plaza Vicente López. La empresa que habían formado se disolvió a los pocos años, y sólo De la Huerta continuó fabricándolas. Solía vendérselas a los inmigrantes españoles con facilidades pago, para que tuvieran una fuente de trabajo apenas arribaran al país.

 

 El primer carrusel Argentino

 

 Fue fabricado por la empresa Sequalino Hnos, que había sido fundada en la ciudad de Rosario, por encargo de otra empresa, la CUMA - (Carruseles Ultramodernos Argentinos La Salvia). Entre 1943 y hasta 1945, un afamado carrusel funcionó en un baldío que había en la esquina de Hidalgo y Rivadavia. Se hizo famosa por su música con marchas militares, habaneras y jotas -tocadas por su organito motorizado- y con brumosos rugidos lanzados desde una peligrosa vecindad de jaulas. Estas voces selváticas jamás lograrían asustar a los valientes jinetes de los serenos caballitos de madera. Los paneles tienen tallas en relieve realizadas por el artista Antonio Rispoli, que se inspiró en las ilustraciones infantiles del dibujante Rodolfo Dan. Esas imágenes reproducen las principales escenas del cuento "Los tres chanchitos" y emocionantes pasajes circenses.

 

La sociedad CUMA terminó por disolverse. Lopardo compró la parte de los socios en la explotación del carrusel del Zoo, al que conservó hasta 1954, año en que fue adquirido, para obsequiarlo a Omar Manuel Lema, un hombre casi ciego, por el suegro de éste, que quiso proporcionarle a su yerno un medio de vida. En 1979, Lema vendió el carrusel al Club de Leones de Ayacucho, presidido entonces por Carlos Miramón. El precio se estableció en unos 19.000 dólares. La modestia de la suma se pactó a cambio de cumplir con una exigencia de Lema: el Primer Carrusel Argentino debía conservarse en el país y en perfecto estado de funcionamiento.

 

 

 

 Organito

 

El organito motorizado La Salvia, que, a despecho de los discos láser o de los casetes, es el único que toca la música. Fue construido por los hermanos Pascual y Vicente La Salvia, fundadores de CUMA, y posee 48 teclas y 180 tubos. Sobre la bandeja hay tres muñecos de unos 45 centímetros de altura, vestidos a la usanza turca de antaño. El del medio, un adusto director, mueve la batuta con calculado entusiasmo al compás de la música. A ambos lados lo acompañan dos modestos servidores de turbante y ropajes sencillos. Uno agita una campana. El otro aporrea un triángulo."A este se lo robaron hace unos años, pero apareció en las afueras del pueblo, tirado en una zanja".

 

 

 El cerebro de un organito es un rodillo giratorio, de alma octogonal y recubierto de madera para hacerlo cilíndrico, en cuya superficie se insertan verticalmente clavos de bronce que le dan la apariencia de un aparato de tortura erizado de espinas. Ese cilindro claveteado puede considerarse primitivo antecesor del chip de las computadoras. A cada clavo corresponde una nota musical y a un conjunto completo de clavos, una pieza de música del género que fuere. En cada cilindro solían imprimirse entre 8 y 11 temas. Los primeros tangos de los organitos fueron El otario, Nueve de Julio y La Morocha . Hoy es difícil encontrar algún cilindro que los cuente entre sus temas.

 

El tamaño de esos últimos organitos obligaba a sus propietarios a llevarlos en carros tirados por caballos para hacer música por las calles. Y se construían aún más grandes, de 35 teclas y nueve temas, muy escasos, voluminosos al extremo de no moverse nunca del escaparate del negocio donde servían de reclame. Era común el alquiler de organitos a organilleros ambulantes. En la década del treinta se acabaron los negocios como ése, porque un edicto policial incluyó el oficio de organillero entre las formas de mendicidad y vagancia. El último organito Argentino de tamaño grande se construyó en 1956. Los chicos, portátiles, se fabricaron hasta 1980. Todos ellos, en el taller de los La Salvia, que en adelante se ocuparían sólo de repararlos.

 

 

 

Organito motorizado La Salvia- En 1870, máquinas sonoras con entraña de fuelles, tubos y rodillos. En 1870 Pascual La Salvia y su hijo, músicos y luthiers de profesión decidieron dejar Tramutola, provincia de Potenza, Italia en 1870 para alegrar a los niños de Argentina. Fueron pioneros en lo que sería la mayor atracción de los chicos argentinos durante muchos años: la calesita. Ya instalados en este país fabricaron los famosos organitos con música. Aprovechando estos instrumentos, los La Salvia tuvieron una idea: formar una empresa para la construcción y explotación de carruseles con música de organitos. La empresa se llamó Cuma -(Carruseles Ultramodernos Argentinos La Salvia)- y encaró la construcción de varias calesitas. Tambien fundaron un taller de reparación y afinación de pianos, órganos y armonios, en la calle Lorea (hoy Luis Sáenz Peña), a la altura de la calle Moreno. Vicente La Salvia era un gran músico, eximio mecánico artesanal, fanático entusiasta de los organitos.

 

 

 La mayoría de las calesitas de la Ciudad de Buenos Aires fueron realizadas en la fábrica de los hermanos Sequalino fabricándose también para Uruguay, Perú, Chile, Paraguay y Brasil. Cada calesita tenía un período de producción de alrededor de un mes y funcionaban con energía eléctrica, pero como también fabricaban para pueblos donde la electricidad no llegaba, algunas eran movidas por caballos. Secualino Hnos. encargó al tallista Ríspoli la decoración de la calesita, quien ejecutó figuras corpóreas como caballos en exposición, leones y burros.
Además talló en 12 biombos de cedro policromado temas circenses y el cuento de los Tres chanchitos y el Lobo feroz. La fábrica que supo proveer de este juego a buena parte de la región, cerró definitivamente en 1984.

 

Al igual que la calesita de Pompeya, fue fabricada por la firma Sequalino Hermanos: se caracteriza por los notables tallados en madera de caballos y leones, por los biombos con motivos de cuentos fantásticos o escenas circenses, en cedro trabajado a mano, y la clásica música de los organitos que caracterizaron esa marca desde el comienzo.

 

Hubo un Gran Carrusel Caperucita Roja, que funcionó en Parque Chacabuco entre 1946 y 1954, y otro Gran Carrusel Novedades, que entre 1946 y 1956 estuvo sucesivamente en Rojas y Antezana, en Corrientes y Juan B. Justo y en plaza Irlanda.

 

En Buenos Aires sobreviven 26 calesitas tradicionales como las de las plazas Almagro, 1º de Mayo, Irlanda, Las Heras y los parques Avellaneda y Rivadavia, entre otros espacios públicos. Aparte habría una quincena en terrenos privados, como la de Don Luis (ver La magia), que con casi un siglo es una de las más antiguas. Fueron muchas las que cerraron: en 1959 llegó a haber más de un centenar. Ahora, el Gobierno porteño planea proteger a las que quedan declarándolas patrimonio cultural. Los sinónimos de calesita son: en español "tiovivo" o afrancesado "carrousel". Un relevamiento de la Dirección General de Patrimonio, para la Secretaria de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, relevó 52 calesitas en toda la capital, incluyendo aquellas que no están ubicadas en una plaza. Tras un intento de subasta pública, 26 de ellas fueron declaradas como patrimonio cultural de la ciudad para garantizar su preservación.

 

La sortija:

 

 La pera y la sortija son un invento tan argentino como la milonga y el dulce de leche. Quien logra alcanzarla tiene como premio una vuelta gratis. Es un instrumento metálico insertado dentro de una pieza de madera con forma de calabaza. Es agitada por el calesitero, que se posiciona de pie abajo de la calesita en un lugar fijo; mientras los niños intentan agarrarla ya que quien consigue hacerlo, obtiene el derecho a dar una vuelta adicional en calesita de manera gratuita.
La sortija se introdujo en la calesita durante los años 30, época en la que solía encontrarse a calesiteros nómades, que armaban sus calesitas en cualquier potrero, donde permanecían un tiempo y luego se mudaban a otro sitio.

 

 

Calesita ubicada en parque Saavedra. AYER-

La calesita se cerró en 1979 y sufrió robos e incendios y la desidia de todos los gobiernos.

 

 

 

Fue instalada en el año 1943, y según describe un artículo del diario La Nación, los motivos pampeanos y coloniales de la misma, estaban inspirados en las imágenes de Buenos Aires pintadas por Emeric Essex Vidal. La cubierta de la calesita originalmente era de juncos hasta que por el año 1952 fue reemplazada por un techo de chapa. Quedó fuera de servicio en 1979.

 

 

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(FOTOS PANORÁMICAS)

 

 

A finales de la década del setenta, la calesita histórica del Parque Gral. Paz fue quedando abandonada. Poco a poco las figuras que tenía fueron desapareciendo, hasta quedar solamente la estructura. También fueron robadas del Parque Gral. Paz dos esculturas de mármol blanco, de las que aún quedan los pedestales. El lugar fue llenándose de roedores y basura.

 

 

 

Calesita ubicada en Parque Saavedra. Hoy recuperada.

 

 

 

 

Sequalino Hnos

 

calesita del zoológico-

 

calesita del zoológico-

 

 

calesita del zoológico-

 

 

OTRAS CALESITAS DE BUENOS AIRES

 

 

 

 

ALGUNOS MODELOS DE CABALLOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Parque Saavedra

 

El primer nombre del Parque Saavedra fue "Paseo del Lago" y se inauguró el mismo día de la fundación del barrio, el 27 de abril de 1873.

El Parque Saavedra es uno de los más antiguos de la ciudad. Fue inaugurado dos años antes que el de Tres de Febrero. Por aquel entonces, el paisaje era muy distinto al actual, además del lago, había un torreón colonial en su entrada y un molino holandés.

Según cuenta la historia de Saavedra, contenida en el programa Recorridos Patrimoniales de la Dirección de Patrimonio porteña, en 1890 sus canteros fueron testigos de una empresa ambiciosa: canalizar el arroyo Medrano y convertirlo en un segundo puerto de la Ciudad.

Como parte del proyecto, en lo que hoy es el parque se quería construir un hotel de los inmigrantes.

Como datos curioso, éste parque no es el mayor ubicado en el barrio de Saavedra, ya que este título corresponde al parque Sarmiento, ubicado unos 2 km al sur del parque Saavedra.

El Parque fue bautizado originalmente como "Paseo del Lago" porque en aquel tiempo en su centro había un lago alimentado por el Arroyo Medrano, que actualmente es un arroyo subterráneo y entubado ya que ha sido soterrado. En los años 1980 y 1985 se produjeron dos grandes inundaciones ocasionadas por sudestadas las cuales provocaron que el agua del arroyo alimentada por fuertes lluvias no pudiese salir al Río de la Plata ocasionando grandes inundaciones de hasta un metro y medio de profundidad.

En el Parque Saavedra se encuentra una de las conocidas Calesitas de Buenos Aires.
Actualmente el Parque Saavedra posee 1,6 kilómetros de perímetro, en la superficie del parque existe un colegio estatal y un centro deportivo con una piscina y un grupo de corta palos o boyscouts.

Existe en el parque una calesita y una cancha de bochas así como un galpón utilizado para almacenar las herramientas necesarias para la limpieza y mantenimiento del parque. Desde hace unos años existe una área de juegos y se agregó una bici senda con varios trazados dentro del parque.

A finales de la década de 1990 se inauguró en la entrada sobre la calle Pinto dos monumentos con figuras de leones y variadas plantas.

Durante algunos años posteriores a la crisis del 2001 funcionaba una feria de venta de todo tipo de artículos, muchos de los puestos son de vecinos de la zona, con el tiempo el número de puestos aumentó hasta llegar a cubrir casi toda la periferia del parque. En los últimos años solo se mantienen puestos temporales (menos de 10) los fines de semana (venta de carne, pescado, frutas y verdura, etc.).

 

 

 

 

 

 

En Saavedra supo ubicarse la vieja compañía RCA, en la calle Paroissien, a metros de la estación.

 

En España las calesitas se denominan:  ‘tío vivo’, en Estados Unidos : ‘merry-go-round’, en Francia: ‘carrousel’, en Israel: ‘sjarjará’ y en Italia: ‘girotondi’.

 

Se cree que la primera forma conocida de calesita se manifestó en Turquía y llegó a Europa por el misterioso camino de los viajeros. En Francia, Inglaterra y Alemania se convirtió en un juego de nobles. El tiempo la hizo un juego de niños.

 

Las calesitas primitivas no tenían plataforma, sino que se colgaban los animales de postes o cadenas, los cuales se inclinaban hacia afuera al girar, por efecto de la fuerza centrífuga, simulando volar. Se les llamaba calesitas de caballos voladores. Normalmente eran propulsados por animales de tiro caminando en círculo, o por personas jalando una cuerda o moviendo un manubrio.

 

Hacia la mitad del siglo XIX, se desarrolló la calesita de plataforma, para reducir los riesgos a los niños, donde los animales y las carrozas se moverían en círculo sobre una plataforma circular suspendida del eje o poste central; se empezaron a construir con propulsión de vapor.

 

En el casamiento de Vicente I. La Salvia se bailó sin orquesta. La música fue exclusivamente de organito marca La Salvia, que sonó casi sin descanso hasta la madrugada, gracias al fuerte brazo de dos organilleros, que se turnaban dándole vueltas a la manivela para que surgieran ciclónicas melodías de una caja con reminiscencias de carpa circense y Grand Guignol.

 

 

Osvaldo La Salvia conserva en un local poco adecuado los quince organitos de su colección particular, así como tallas en madera con las cuales se los ornamentaba; también, las curiosas herramientas concebidas para construirlos y, en fin, todo cuanto había en el taller de su padre y su tío.

 

Durante años, la calesita de Ramón Falcón al 5900, en Liniers, funcionaba en el patio de la casa del calesitero. Y, también, un burro tiraba de una calesita en algún lugar de Villa Luro.


El tamaño de esos últimos organitos obligaba a sus propietarios a llevarlos en carros tirados por caballos para hacer música por las calles. Era común el alquiler de organitos a organilleros ambulantes. En la década del treinta se acabaron los negocios como ése, porque un edicto policial incluyó el oficio de organillero entre las formas de mendicidad y vagancia. Además de atraer con su música, los organitos eran también augures ambulantes, que predecían la suerte a cambio de una moneda. Aquella dependía de una cotorra, que extraía una tarjetita. Costaba bastante adiestrar dichas cotorras que no vivirían mas de 20 años.

 

En 1942 fue inaugurado el Parque General Paz, ubicado en una parte de la chacra que perteneció a Luis María Saavedra. Al fundarse el pueblo, Luis María Saavedra inició la instalación de una chacra que se transformaría, años después, en parque público, y cuya casona se utilizaría como sede del Museo Municipal de Buenos Aires. El 27 de abril de 1873 el predio del actual Parque General Paz se constituyó en el primer parque público de la ciudad.

 

La chacra que fuera propiedad de don Luis María Saavedra y hoy constituyen una gran parte del barrio. La historia comienza cuando Juan de Garay repartió las tierras; las suertes que adjudicó eran parcelas de tierra cuyas medidas oscilaban entre 300 a 500 varas de frente y una legua de fondo (por aquel entonces la legua tenía 5.572 metros de longitud). Se estableció que al fondo de las suertes debía mantenerse un camino, que se habría de conocer como el camino del Fondo de la Legua. Las suertes eran 65. A los cuatro meses de efectuada la fundación, el 24 de octubre, Garay procedió a repartir las tierras ubicadas alrededor de la nueva ciudad. El reparto asumió características de generosidad: las tierras fueron entregadas a los acompañantes del fundador con el compromiso de hacer cumplir las exigencias que respecto a su empleo estipulaban las Leyes de Indias y las Ordenanzas de Población.

Entre las suertes repartidas por Garay se fueron formando las “Chacras del Gran Paraná”, que llegarían a ser -con el correr del tiempo- el asentamiento de los barrios de Belgrano, Núñez y Saavedra. En el pago de los Montes Grandes (San Isidro), Manuel Antonio Flores vendió una de las fracciones a Pedro Medrano y de la Plaza (abuelo del prócer y bisabuelo de Luis María Saavedra), por las que se encontraba un curso de agua llamado Cañada de Luque que, con el correr de los años, pasaría a llamarse arroyo Medrano. Nacía en Santos Lugares y, luego de atravesar diversas zonas, desembocaba en el Río de la Plata.

En 1836 esas tierras pasaron a ser propiedad de Diego White. A ellas, más tarde, se agregarán las tierras de Cornelio Saavedra, Victoriana Cabrera y Saavedra viuda de Medrano y Teresa Rodríguez de Saavedra, madre de Cornelio Saavedra. En 1864 Luis María Saavedra, hijo de Luis Gonzaga Mariano de Saavedra y Tomasa Medrano Velasco, instaló su establecimiento. Luis María construiría en 1870 una amplia mansión con 14 habitaciones, ubicada en el cruce de los caminos de Los Libertadores y Acosta. El sobrino de Cornelio vivía en una de sus propiedades de la actual Capital Federal, ubicada en la calle Piedad 347 (era dueño de una empresa de pompas fúnebres sita frente a la Iglesia de La Piedad). En 1876 se casó con Dámasa Zelaya y se fueron a vivir a la casona del pueblo de Saavedra.

La familia contribuyó grandemente al progreso del barrio, cediendo las tierras del camino a San Isidro, correspondientes al tramo que corría dentro de sus propiedades, para la traza definitiva de la que luego sería la Avenida del Tejar (hoy Dr. Ricardo Balbín). Por ley 12.336 del 21 de diciembre de 1936, las tierras que poseían los descendientes de Luis María Saavedra y Dámasa Zelaya pasaron a ser propiedad del Estado.

 

 El lugar era una típica villa de familia pudiente y contaba con una casa principal, cuya construcción se concretó entre 1870 y 1880. Tenía también dependencias para el personal de servicio, vivienda para el mayordomo, cocheras, galpones para la cría de toros y caballos, corrales para ovejas, cabras y cerdos, un palomar y un tambo. Durante la segunda mitad del siglo XIX un arquitecto acondicionó el edificio existente y modificó su arquitectura para adaptarla al estilo de las quintas aledañas a Buenos Aires. Esta obra implicó que desapareciera la casona de Luis María Saavedra, típico exponente de la arquitectura de la época.

 

 

 

 

       
           


 

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