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Amores de

Juan Manuel de Rosas

 

 

 

 

Gobernador de Buenos Aires entre 1829 y 1832

y de 1835 a 1852

 

 

 

 

“Rincón de López”

 

La familia Ortiz de Rozas, llega a las orillas del Plata a mediados del siglo XVIII. El abuelo de Juan Manuel de Rosas, Don Clemente López Osornio, fue sin un “protoestanciero” bonaerense e iniciador de la industria agrícolo-ganadera. Era dueño del “Rincón de López”, en la Magdalena sobre la desembocadura del Salado. Se llamaba “Rincón” a los campos o lugares situados en la unión de dos ríos, en este caso el Salado y el de la Plata. En la estancia se erigió un fortín que fue una traba para los indios que se animaban a cruzar el rio Salado en busca de haciendas vacunas y caballares.  La “población” era pobre, sólo ranchos. Se vivía en lucha con el indio. Un día don Clemente que pasó lejos los setenta, se bate con fiereza junto a sus hombres. Se salva, pero advirtiendo que falta su hijo Andrés, vuelve en su busca, muriendo ambos lanceados por la indiada. Era el 13 de diciembre de 1783. En esa tierra sepultaron sus restos.

 

 

 

 

 

 

 El Rincón de López fue comprado por Gervasio Ortiz de Rozas.

Gervasio Ortiz fue apresado por Juan Manuel de Rosas por aliarse con un grupo de 500 hombres que desembarcaron en Magdalena e incendiaron buques Argentinos. Diez años después y con fuerte insistencia de su hija Manuelita el restaurador perdono a su hermano y permitió que recuperara sus campos nuevamente. En el casco de la estancia se conserva un viejo olmo, a cuya sombra pasó días de su niñez Bartolomé Mitre, huésped de don Gervasio; y años después. El joven Lucio V. Mansilla hizo otro tanto, castigado por su madre, luego de un desvarío amoroso de adolescente.  Con los años la estancia paso a manos de la familia Sáez Valiente.
 

 

Agustina López de Osornio, futura madre de Rosas, tenia 7 años, y posteriormente sería la heredera de la estancia. Quedo tan impresionada con la muerte del padre y del hermano que durante años el habito de una orden religiosa. Ella tenia un carácter altivo y autoritario. Aquí vivió Juan Manuel su niñez, y largas temporadas hasta que va a la escuela, a la edad de nueve años. Era hijo de León Ortiz de Rozas, militar. En realidad toda su vida alternó el campo y la ciudad. Cuando va la familia al campo, el viaje tarda cuatro días. Don León disfruta de la quietud, la paz y la lectura; Agustina –siempre que sus frecuentes embarazos se lo permitieran- recorría los campos a caballo y ayudaba en las tareas rurales. Ella fue la maestra de Juan Manuel. Después de las invasiones inglesas don León y Agustina se instalan un tiempo en el Rincón, dedicándose a la explotación rural. En 1811 vuelven a Buenos Aires y dejan a Juan Manuel a cargo de la estancia a los 17 años. Rosas tenia 9 hermanos.

 

 

el 16 de marzo de 1813- 14 días antes de su vigésimo aniversario, se casa

 

La lucha del joven “patrón” de diecisiete años con paisanos taimados, vagabundos y con los propios indios, forjó, indudablemente, su personalidad de acero. Aunque la ciudad le disgustaba, efectuaba viajes para visitar a Encarnación, la niña de los Ezcurra y Argibel, con quien empieza a noviar. Mediante una ingeniosa treta –muy conocida y narrada por muchos autores- vence la resistencia materna, y se casa. Ella tiene 17 años. Va a vivir con la joven desposada al Rincón de López. Recordemos que las casas eran pobres, la hacienda “guampuda”, no había alambrados, aguadas ni molinos, y el indio acosaba. Vivir allí era odisea y aventura.

 

 

 

 

Encarnación Ezcurra y Rosas tuvieron solo 2 hijos Manuela y Juan Bautista

 

 

 


 Abandonó el hogar paterno

 

Agustina –infundadamente- desconfió de la administración de su hijo. Por ello discute con su marido, quien lo defiende. Desafortunadamente Juan Manuel oyó una de esas discusiones, y, sin más que sus prendas personales y su mujer, abandonó el hogar paterno. Nada quiso llevarse, incluyendo el apellido al cual modificó transformándolo en Rosas, a secas, y con “s”. El lamentable episodio llegó hasta un juicio, en el cual el abogado de Juan Manuel fue el doctor Manuel Vicente Masa, quien será, por años, su amigo y consejero.

 

 

 Sociedades

 

 Posteriormente se asoció con Juan Nepomuceno Terrero (luego consuegro y suegro de manuelita Rosas), perteneciente a una familia muy amiga de los Rozas, y con él se dedicó a explotar la salazón de pescado y el acopio de frutos del país. En sociedad con Luis Dorrego, además, fundó el primer saladero bonaerense en Las Higueritas, partido de Quilmes, en 1815.

 

 

 

 

 

Eugenia Castro y Juan Manuel de Rosas:

 la compañera secreta


Ella era apenas una adolescente
treinta años menor que él, frágil y bella, que cuidó a Encarnación Ezcurra, la mujer del Restaurador, hasta que murió. Con los años, junto a su “fiel servidora”, Rosas mantuvo una relación afectuosa pero algo distante, que fue un secreto a voces. Fue una relación amorosa asimétrica.

 

 

Eugenia tenía 14 o 15 años y era huérfana de padre y madre cuando empezaron sus amores con Rosas. Morocha, bonita, grácil, con cierto aire de abandono y la timidez de quien no se siente dueño de nada y vive temeroso de incomodar.

 Juan Manuel Rosas, rubio y apuesto, de noble linaje, 45 años, viudo y con dos hijos mayores, Juan y Manuela, ejercía el cargo de gobernador de la provincia de Buenos Aires y era, virtualmente, el dictador de la Confederación Argentina.

 

¿Qué podían tener en común la joven huérfana y este hombre poderoso?

Al principio Eugenia cuido de la esposa de Rosas ya moribunda

 

El padre de Eugenia, el coronel Juan Gregorio Castro, un militar como tantos, había dejado a sus hijos encomendados al gobernador. Así, como tutor y pupila, se conocieron al principio Rosas y Eugenia. La huérfana, como se acostumbraba entonces, fue colocada por su tutor en lo de una familia conocida, donde hasta los sirvientes la maltrataban. La niña se quejó y Rosas optó por llevarla a su casa, para que cuidara a su esposa, Encarnación Ezcurra, en su última enfermedad. Ella se desempeñó con ternura y eficacia, y la moribunda se lo agradeció. Eugenia pensaba quizá que en ese gran caserón de la calle del Restaurador su presencia pasaría inadvertida. No fue así. Su incipiente belleza sedujo a uno de los miembros de ese numeroso clan (tíos, primos, sirvientes, antiguos esclavos y agregados).

 

 

Eugenia dio a luz varias veces...

 

 Eugenia dio a luz una hija, bautizada Mercedes, cuya paternidad se atribuyó a un sobrino de la difunta señora. Después, en la medida en que nacían otros hijos, Ángela (1840), Ermilio (1842), Nicanora (1844), y más tarde Joaquín y Justina, para los habitantes de esa casa no hubo misterio: Rosas había convertido en su amante a esa niña, apenas una adolescente. Ese amor, que duró desde 1839 hasta la batalla de Caseros en 1852, se mantuvo oculto. Fue un secreto entre muchos, es decir, conocido por la familia, los servidores y el círculo íntimo del gobernador.

 

LA QUINTA DE PALERMO

 

Así como Encarnación había sido la única mujer en la vida de Rosas en los años en que se hizo rico y alcanzó la suma del poder, Eugenia fue la compañera secreta de los años en que éste disfrutó del poder, cuando la quinta de Palermo se convirtió en un lugar casi legendario.

 

 

 


La relación de Rosas con Eugenia

 

Allí, la pareja y sus hijos pasaban la mayor parte del año. Rosas, que había tenido como compañera legítima a una mujer muy politizada, de perfil alto y personalidad fuerte, no quiso repetir la experiencia. Desconfiado al extremo, no ignoraba que tenía enemigos por doquier. No desconocía tampoco que la mayoría de los que lo rodeaban eran vulgares pedigüeños que lo halagaban para obtener favores. En Eugenia, en cambio, él encontraba un remanso de paz. La quería, en la medida en que su narcisismo se lo permitía, es decir, dando lo menos posible, como un patrón generoso más que como un amante entregado a su amor.
Ella lo idolatraba, sorprendida tal vez al ver que el hombre más respetado, temido, querido y odiado de la Confederación durmiera noche tras noche con ella y fuera el padre de sus hijos. No recibía a cambio más que unos pesos mensuales, además de la vestimenta y la comida. Nada les faltaba a Eugenia y a sus hijos. Nada les sobraba tampoco. Ella, desinteresada, ingenua, ignorante de las artimañas de la política, jamás pensó en asegurarse el futuro como suelen hacerlo las queridas de los gobernantes. El, convencido de la grandeza de su linaje, no imaginó siquiera que podía reconocer a sus hijos naturales y asegurar el bienestar de Eugenia.


Hacia 1840, Rosas se había vuelto sedentario.

 

Trabajaba intensamente, auxiliado por varios escribientes para atender su correspondencia diaria. Su larga jornada terminaba al amanecer y después comenzaba el reinado de Eugenia. Ella estaba presente en las comidas de familia, de pie, trinchando las carnes, repartiendo los platos, riñendo a los niños. A veces, para prevenir un atentado, probaba la comida del gobernador. Siempre le preparaba la yerba y le cebaba el mate. Signo de confianza suprema, en esos tiempos de sangre y de degüellos, la joven concubina era la única autorizada para afeitarlo.


Palermo era un paraíso

 

 Alli disfrutaban  los hijos naturales de Rosas. Estudiaban lo menos posible, se divertían con sus travesuras, y si se mostraban muy confianzudos, recibían castigos ligeros pero humillantes. Cada uno recibió un sobrenombre. Rosas bautizó "manduca" a Mercedes, porque la habían pillado "manducando" dulce a escondidas; Angela era "el soldadito" porque se disfrazaba de militar para jugar con su padre; Ermilio, "el coronel", por las mismas razones; el apodo de Nicanora, "la gallega", recordaba a los humildes inmigrantes hispanos de aquella época. "Lleven a esa gallega salvaje unitaria a que le den 500 azotes", ordenaba Rosas, y la pena se cumplía, en un simulacro, realizado sobre unos "paraventos" o cartones, que dejaba a la niñita llorosa y calmada...
Por su parte, Rosas llamaba "la cautiva" a Eugenia, en alusión al enclaustramiento en que se desarrollaba la vida de la joven dentro de sus habitaciones privadas y a sus contadas apariciones en público.

 

Los enemigos de Rosas que estaban al tanto de estas relaciones clandestinas

 

 Ellos preferían denominar a Eugenia la "sultana de Palermo", título a todas luces exagerado dado el modesto papel que ella desempeñaba. El escritor José Mármol, fervoroso antirrosista, denunciaba: "El, Rosas, hace de su barragana la primera amiga y compañera de su hija; él la hace testigo de sus orgías escandalosas..." Más allá de esto, los unitarios y demás opositores contaban con información bastante precisa. Sabían, por ejemplo, que año por medio nacía en la quinta un "palermito" al que Manuela Rosas, la hija legítima del gobernador, acariciaba y obsequiaba como a un hermano...

 

EUGENIA OTRA VEZ MADRE
Esa intimidad amable concluyó abruptamente con la batalla de Caseros (1852). Ese día, recordaba Nicanora en su ancianidad, el gobernador fue al campo de batalla acompañado por Angela, "el soldadito", y Ermilio, "el coronel", vestidos de militares. Antes del desenlace, los mandó de regreso, a juntarse con los otros niños en la casa de Ezcurra. Luego, en vísperas de partir al exilio en un buque de guerra inglés, Rosas le ofreció a Eugenia llevarla a Gran Bretaña junto a dos de sus hijos, sus preferidos, Angela y Ermilio. Ella no aceptó. Tenía 32 años y se encontraba nuevamente embarazada. Entonces, empezó el calvario de Eugenia y aquella relación asimétrica mencionada al principio se reveló en toda su magnitud.

 

 La relación se interrumpió cuando él conoció a Juanita Sosa, una amiga de Manuelita, su hija.

 

En los días turbulentos que siguieron a la caída de Rosas, la joven Eugenia se comportó con lealtad, hizo los mandados que le encargó el ex dictador y se empeñó en sacar algunos objetos de Palermo; entre ellos, su recado favorito. Adrián, su séptimo hijo y el postrero de estos amores, nació pocos meses más tarde en la estancia de una familia amiga y es probable que ella tuviera que darlo, debido a que no estaba en condiciones de atenderlo bien.

 

EL EXILIO DE ROSAS 1852


A Rosas no le quedo otro destino que el destierro. Eligio Gran Bretaña ya que como buen criador tenia respeto por los Ingleses. En su nueva condición de exiliado político recupero su vida de ganadero. Vivió 25 años más en el exilio, como un señor rural, de ingresos medios, pero sin fortuna. Esto fue consecuencia de que el gobierno de Buenos Aires le aplicó el mismo castigo que él había utilizado contra sus opositores: la confiscación de bienes, de estancias en particular. Por tal razón, cuando Eugenia le escribía pidiéndole alguna ayuda o recordando el compromiso asumido de mandarle una mensualidad para atender las necesidades de sus siete hijos menores, Rosas dejaba pasar años sin contestar. Luego de un largo y significativo silencio, le escribía para quejarse de su estado de pobreza, de las injusticias que estaba padeciendo y de la "maldita ingratitud" de Eugenia. De este modo, la hacía responsable de la decisión de quedarse. En apariencia, él había vivido esa decisión como un abandono más. Para colmo, en la carta se acordaba de otra muchacha que le había gustado cuando todos vivían en Palermo, Juanita Sosa, "la edecanita" del alegre círculo de amigas de su hija Manuela. La Sosa, esbelta y de grandes ojos negros, era la más seductora de esas damas cuya tarea política consistía en distraer y agradar a los huéspedes importantes de la quinta.

 

EUGENIA EN LA POBREZA


Entretanto, Eugenia se las arreglaba como podía. Se había reencontrado con la orfandad, la pobreza y el abandono, agravados por el rechazo que sufría casi a diario por parte de los encumbrados amigos y parientes de su amante. Para colmo de males, entraron en litigio la casita y los terrenos que había heredado de su padre en el barrio de la Concepción.
Por esa época, defraudada, pobre y sin esperanzas de poder reunirse con el ex dictador, Eugenia se vinculó afectivamente con otro hombre del cual habría tenido dos hijos.

 

ROSAS EN EL ABANDONO

 

Rosas, por su parte, se había vuelto mujeriego. Se disgustó con Manuelita porque ésta se casó, aunque él se lo hubiera prohibido, y se sintió más abandonado que nunca. Cada tanto recibía las cartas de Eugenia y de sus hijas, Ángela, "el soldadito", y Nicanora, "la gallega". Las historias que esas cartas narran son de trabajos humildes, pobreza, enfermedades y pérdidas dolorosas; por ejemplo, la muerte de Ermilio, en la Guerra del Paraguay.

 

LOS HIJOS DE ROSAS Y EUGENIA TAMBIÉN EN LA POBREZA

 

Eugenia se conchababa para cuidar enfermos en casas de los amigos de la familia Rosas. Las hijas eran lavanderas. Los varones trabajaban en el campo. Al principio, vivían en el barrio de la Concepción; luego se mudaron a los pueblos suburbanos de Lomas de Zamora y San Justo. En las cartas de la madre y de sus hijas hay un leitmotiv: siempre le piden a Rosas un retrato suyo para tenerlo cerca, porque no lo recuerdan. Asimismo, se enviaban cada tanto unos regalitos como prueba de memoria y de afecto. Rosas les mandó unos pañuelos.

 Eugenia encargó una pequeña imagen de la Virgen de las Mercedes, para que su "Padre y Señor" la pusiera en la cabecera de su cama, allá en la lejana Southampton. Por eso, puede decirse que las cartas citadas, pese a que guardan la distancia debida entre el "patrón" y su "fiel servidora", al mismo tiempo indican un alto grado de intimidad y revelan los verdaderos lazos entre ambos.

 

Eugenia Y Rosas fallecieron

 

 En 1876, Rosas le escribió una larga carta de pésame a "el soldadito". El ex dictador murió un año después, en 1877. Falleció a consecuencia de un enfriamiento que atrapo vigilando el encierre de la hacienda. En su testamento, redactado tiempo antes, había diversas referencias a Eugenia, entre otras, a la imagen de la Virgen de las Mercedes, que le entregaba a Manuelita, y a un dinero que recibiría la Castro en caso de que le devolvieran los bienes confiscados.

 

ROSAS NEGÓ A SUS HIJOS NATURALES

 

Sin embargo, en su última voluntad, Rosas negaba de plano haber tenido hijos fuera de los legítimos, y de este modo impedía a los vástagos de sus amores con Eugenia acceder a una parte de su herencia. Esos amores no se inscriben, sin duda, entre las grandes pasiones de nuestra historia. Tienen otras características no menos dignas de ser recordadas, aunque sean ajenas al romanticismo. Fueron un secreto a voces, ventilado en su momento en los tribunales de Buenos Aires (1886), cuando los hijos naturales de Rosas quisieron tardía e infructuosamente hacer valer sus derechos. La historiografía los ignoró o los mencionó apenas, como datos marginales. Afortunadamente, han llegado a nosotros en unos pocos relatos, en un expediente judicial y en un manojo de cartas. En éstas se habla de lo que queda después del amor, de los reclamos y los reproches mezclados con los recuerdos tristes o alegres, pero entrañables, como la vida misma.
Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires, 1793-Southampton, 1877). Estadista, militar y hacendado. En 1835 un plebiscito lo consagró gobernador con facultades extraordinarias y la Suma del Poder Público. Eugenia Castro (c. 1823/25-1876). Hija del coronel Juan Gregorio Castro. Trabajó en la mansión de Rosas y fue su amante entre 1840 y 1852.

 

 

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 Manuelita y sus hijos Manuel y Rodrigo

 

 

HECHOS A DESTACAR

 

  Lucio V Mansilla es el sobrino de el restaurador Rosas.

 

  Rosas era primo de los Anchorena. La relacion venia por la bisabuela de Rosas Isabel Diez de Cabrera casada con José Rubio y padres de Maria Manuela Rubio, esposa y prima de Clemente López de Osornio quien era prima hermana de la esposa de Juan Esteban de Anchorena, Romana López de Anaya y madre de Juan José, Tomas y Nicolás de Anchorena.

 

En 1824  Don León de  Osornio  vende la estancia Rincón de López a Braulio Costa quien a su vez pide mensura. Braulio Costa luego se la vende a Gervasio Rosas. Uno de sus especiales  invitados fue Bartolomé Mitre. Otro de sus invitados fue Prilidiano Pueyrredón. Luego Gervasio enemistado con su familia lega la estancia a Castro Sáenz Valiente.

 

  El matrimonio de D. León y Dña Agustina padres de Rosas tuvieron veinte hijos, de los cuales sobrevivieron diez, ellos fueron:


Don Juan Manuel que se casó con Encarnación de Ezcurra.
Doña Andrea casada con Francisco Seguí.
Doña Maria Dominga casada con Tristán Nuño Baldez.
Doña Gregoria casada con Felipe de Ezcurra (hermano de Encarnación)
Don Prudencio casado con Catalina de Almada.
Don Gervasio que murió soltero.
Doña Agustina que se casó con el héroe del combate de Vuelta de Obligado don Lucio Norberto Mansilla.
Doña Manuela casada con el norteamericano Guillermo Hope Bond.
Doña Mercedes casada con el Dr. Miguel Rivera.
Doña Juana que falleció soltera.
 

 

 

 Arcón de Buenos Aires